Ayuntamiento de Helsinki
Helsinki, Finlandia

SECRETARIO BLINKEN: Gracias. Muchas gracias. Y sí, hoy siento una felicidad más grande que la que he sentido en mucho tiempo. (Risas).
Alcalde Var-tea-aynen, gracias por recibirnos en Helsinki, y en este magnífico Ayuntamiento.

Y Mika, gracias a usted, y a todos los investigadores del Instituto Finlandés de Asuntos Internacionales; por profundizar en el conocimiento de la diplomacia y enriquecer el debate público.
Es un placer que mi amigo y socio Pekka Haavisto esté aquí con nosotros. Hemos trabajado muy estrechamente durante el histórico pasado año, y estoy agradecido por su presencia.
Distinguidos invitados: Hace dos meses estuve junto a nuestros aliados en Bruselas cuando se izó por primera vez la bandera de Finlandia en la sede de la OTAN. El presidente Niinistö declaró, y cito: “La era del no alineamiento militar en Finlandia ha llegado a su fin. Comienza una nueva era”.

Se trataba de un cambio radical que habría sido impensable poco más de un año antes. Antes de la invasión a plena escala de Ucrania por parte de Rusia, uno de cada cuatro finlandeses apoyaba el ingreso del país en la OTAN. Después de esta, tres de cada cuatro finlandeses apoyaban la adhesión.

No era difícil para los finlandeses imaginarse en el lugar de los ucranianos. Ya lo estuvieron en noviembre de 1939, cuando la Unión Soviética invadió Finlandia.

Al igual que la llamada “operación especial” del presidente Putin contra Ucrania, la llamada “operación de liberación” de la URSS acusó falsamente a Finlandia de provocar la invasión.

Al igual que los rusos con Kiev, los soviéticos estaban seguros de que acabarían con Helsinki en semanas. Tan seguros que hicieron que Dmitri Shostakovich compusiera música para el desfile de la victoria antes incluso de que empezara la guerra del Invierno.

Al igual que Putin en Ucrania, cuando Stalin no pudo vencer la feroz y decidida resistencia de los finlandeses, pasó a una estrategia de terror: incineró pueblos enteros y bombardeó tantos hospitales desde el aire que los finlandeses empezaron a tapar las insignias de la Cruz Roja de sus tejados.

Al igual que los millones de refugiados ucranianos de hoy, cientos de miles de finlandeses fueron expulsados de sus hogares por la invasión soviética. Entre ellos había dos niños, Pirkko y Henri, cuyas familias evacuaron sus hogares en Carelia. La madre y el padre de nuestro anfitrión, el alcalde Var-tea-aynen.

Para muchos finlandeses, los paralelismos entre 1939 y 2022 eran sorprendentes… y viscerales. Y no se equivocaban.

Comprendieron que si Rusia violaba los principios básicos de la Carta de las Naciones Unidas: soberanía, integridad territorial, independencia; en Ucrania, también pondría en peligro su propia paz y seguridad.

Nosotros también lo entendimos. Por eso, a lo largo de 2021, mientras Rusia intensificaba sus amenazas contra Kiev y acumulaba cada vez más tropas, tanques y aviones en las fronteras de Ucrania, hicimos todo lo posible para que Moscú redujera la escalada de su crisis fabricada y resolviera sus problemas por la vía diplomática.

El presidente Biden dijo al presidente Putin que estábamos dispuestos a debatir nuestras preocupaciones mutuas en materia de seguridad, un mensaje que reafirmé en repetidas ocasiones, incluso en persona, con el ministro de Asuntos Exteriores Lavrov. Ofrecimos propuestas por escrito para reducir las tensiones. Junto con nuestros aliados y socios, utilizamos todos los foros para tratar de evitar la guerra, desde el Consejo OTAN-Rusia hasta la OSCE, desde la ONU hasta nuestros canales directos.

A través de estas opciones, establecimos dos posibles caminos para Moscú. Una vía diplomática, que podría conducir a una mayor seguridad para Ucrania, Rusia y toda Europa. O un camino de agresión, que tendría graves consecuencias para el gobierno ruso.

El presidente Biden dejó claro que, independientemente del camino que eligiera el presidente Putin, estaríamos preparados. Y si Rusia optaba por la guerra, haríamos tres cosas: apoyar a Ucrania; imponer graves costes a Rusia; y fortalecer a la OTAN al agrupar a aliados y socios en torno a estos objetivos.

A medida que se cernían los nubarrones, aumentamos la ayuda militar, económica y humanitaria a Ucrania. Primero en agosto de 2021, y de nuevo en diciembre, enviamos material militar para reforzar las defensas ucranianas, incluidos Javelins y Stingers. Y desplegamos un equipo del Comando de Estados Unidos para Asuntos Cibernéticos para ayudar a Ucrania a reforzar su red eléctrica y otras infraestructuras críticas contra los ciberataques.

Preparamos un conjunto sin precedentes de sanciones, controles a la exportación y otros costes económicos para imponer consecuencias graves e inmediatas a Rusia en caso de una invasión a plena escala.

Tomamos medidas para que no quedara ninguna duda de que nosotros y nuestros aliados mantendríamos nuestro compromiso de defender cada centímetro del territorio de la OTAN.

Y trabajamos sin descanso para aunar a aliados y socios en torno a ayudar a Ucrania a defenderse y negar a Putin sus objetivos estratégicos.

Desde el primer día de su gobierno, el presidente Biden se ha centrado en reconstruir y revitalizar las alianzas y asociaciones de Estados Unidos, consciente de que somos más fuertes cuando trabajamos con quienes comparten nuestros intereses y valores.

En el periodo previo a la invasión rusa, demostramos el poder de esas alianzas, coordinando nuestra planificación y estrategia para una posible invasión con la OTAN, la UE, el G7 y otros aliados y socios de todo el mundo.

Durante aquellas fatídicas semanas de enero y febrero de 2022, quedó claro que ningún esfuerzo diplomático iba a hacer cambiar de opinión al presidente Putin. Optaría por la guerra.

Y así, el 17 de febrero de 2022, me presenté ante el Consejo de Seguridad de la ONU para advertir al mundo de que Rusia estaba planeando una inminente invasión de Ucrania a plena escala.

Expuse los pasos que Rusia daría: primero fabricar un pretexto y luego utilizar misiles, tanques, tropas y ciberataques para atacar objetivos previamente identificados, incluido Kiev; con el objetivo de derrocar al gobierno democráticamente elegido de Ucrania y borrar a Ucrania del mapa como país independiente.

Teníamos esperanzas. Esperábamos que se demostrara que estábamos equivocados.

Por desgracia, no lo estábamos. Una semana después de mi advertencia al Consejo de Seguridad, el presidente Putin invadió el país. Ucranianos de toda condición: soldados y ciudadanos, hombres y mujeres, jóvenes y viejos; defendieron valientemente su nación.

Y Estados Unidos actuó con rapidez, decisión y al unísono con aliados y socios para hacer exactamente lo que dijimos que haríamos. Apoyar a Ucrania. Imponer costes a Rusia. Reforzar a la OTAN junto con nuestros aliados y socios.

Y con nuestro apoyo colectivo, Ucrania hizo lo que dijo que haría: Defendió su territorio. Su independencia. Su democracia.

Hoy expondré este y otros muchos aspectos en los que la guerra de agresión de Putin contra Ucrania ha sido un fracaso estratégico, que ha mermado enormemente el poder militar, económico y diplomático de Rusia y su influencia en los años venideros. Y compartiré nuestra visión del camino hacia una paz justa y duradera.

Si nos fijamos en las metas y objetivos estratégicos a largo plazo del presidente Putin, no cabe duda: Rusia está hoy significativamente peor que antes de la invasión a plena escala de Ucrania: militar, económica y geopolíticamente.

Donde Putin pretendía proyectar fuerza, ha revelado debilidad. Donde pretendía dividir, ha unido. Lo que intentaba evitar, lo precipitó. Este resultado no es accidental. Es el resultado directo del valor y la solidaridad del pueblo ucraniano, y de la acción deliberada, decisiva y rápida que nosotros y nuestros socios hemos emprendido para apoyar a Ucrania.

En primer lugar, durante años, el presidente Putin trató de debilitar y dividir a la OTAN, con la falsa pretensión de que suponía una amenaza para Rusia. De hecho, antes de que Rusia invadiera Crimea y el este de Ucrania en 2014, la postura de la OTAN reflejaba una convicción común de que el conflicto en Europa era improbable. Estados Unidos había reducido significativamente sus fuerzas en Europa desde el final de la Guerra Fría, de 315.000 en 1989, a 61.000 a finales de 2013. Y el gasto en defensa de muchos países europeos llevaba años disminuyendo. En aquellos momentos la doctrina estratégica de la OTAN consideraba a Rusia un asociado.

Tras la invasión rusa de Crimea y el Donbás en 2014, esa tendencia empezó a cambiar. Los aliados se comprometieron a gastar el dos por ciento del PIB en defensa y desplegaron nuevas fuerzas en el flanco oriental de la OTAN en respuesta a la agresión de Rusia. La Alianza ha acelerado su transformación desde la invasión a plena escala por parte de Rusia. No para suponer una amenaza ni porque la OTAN busque el conflicto. La OTAN siempre ha sido, y sigue siendo, una alianza defensiva. Pero la agresión, las amenazas y el “ruido de sables” nuclear de Rusia nos han obligado a reforzar nuestra disuasión y defensa.

Horas después de la invasión a plena escala activamos la Fuerza de respuesta defensiva de la OTAN. En las semanas siguientes varios aliados, entre ellos el Reino Unido, Alemania, Holanda, Dinamarca, España y Francia; enviaron rápidamente tropas, aeronaves y barcos para reforzar el flanco este de la OTAN. Duplicamos el número de barcos que patrullaban los mares del Norte y Báltico, y duplicamos el número de grupos de combate en la región. Estados Unidos estableció su primera presencia militar permanente en Polonia. Y, por supuesto, la OTAN incorporó a Finlandia como su 31 º aliado, y pronto añadirá a Suecia como el 32 º.

De cara a la Cumbre de la OTAN en Vilna, nuestro mensaje común será claro: los aliados de la OTAN están comprometidos con una mayor disuasión y defensa, un gasto en defensa mayor y más inteligente, y unos lazos más estrechos con los socios del Indopacífico. La puerta de la OTAN sigue abierta a nuevos miembros, y seguirá abierta.

La invasión rusa también ha llevado a la Unión Europea a hacer más, y más junto con Estados Unidos y la OTAN, que nunca. La UE y sus Estados miembros han proporcionado a Ucrania más de 75.000 millones de dólares en ayuda militar, económica y humanitaria. Esto incluye 18.000 millones de dólares en ayuda a la seguridad, desde sistemas de defensa antiaérea hasta tanques Leopard y municiones. En estrecha coordinación con Estados Unidos y otros socios, la UE ha impuesto las sanciones más ambiciosas de su historia, inmovilizando más de la mitad de los activos soberanos de Rusia. Y los países europeos han acogido a más de 8 millones de refugiados ucranianos, a la mayoría de los cuales no solo se les ha concedido acceso a los servicios públicos, sino también el derecho a trabajar y estudiar.

En segundo lugar, durante décadas, Moscú trabajó para aumentar la dependencia europea de Rusia en materia de petróleo y gas. Desde la invasión a plena escala del presidente Putin, Europa ha dado un giro rápido y decisivo para alejarse de la energía rusa. Berlín canceló inmediatamente el “Nord Stream II”, que habría duplicado el influjo de gas ruso a Alemania.

Antes de la invasión de Putin, los países europeos importaban de Rusia el 37 % de su gas natural. Europa redujo esa cifra a más de la mitad… en menos de un año. En 2022, los países de la UE generaron una quinta parte de su electricidad mediante energía eólica y solar, una cifra récord, más electricidad que la generada por la UE mediante carbón, gas o cualquier otra fuente de energía. Y Estados Unidos duplicó con creces su suministro de gas a Europa, y nuestros aliados de Asia: Japón, la República de Corea; también se incorporaron para aumentar los suministros de Europa.

Mientras tanto, la limitación del precio del petróleo que nosotros y nuestros socios del G7 pusimos en marcha ha mantenido la energía de Rusia en el mercado mundial, al tiempo que ha recortado drásticamente los ingresos rusos. Un año después de la invasión, los ingresos petroleros de Rusia habían disminuido un 43 %. Los ingresos fiscales del gobierno ruso procedentes del petróleo y el gas se han reducido casi dos tercios. Y Moscú no recuperará los mercados que perdió en Europa.

En tercer lugar, el presidente Putin pasó dos décadas tratando de convertir el ejército ruso en una fuerza moderna, con armamento de vanguardia, un mando racionalizado y soldados bien entrenados y equipados. El Kremlin afirmó a menudo que tenía el segundo ejército más fuerte del mundo, y muchos se lo creyeron. Hoy, muchos ven al ejército ruso como el segundo más fuerte de Ucrania: su equipamiento, tecnología, liderazgo, tropas, estrategia y tácticas son un estudio de caso sobre el fracaso, incluso cuando Moscú inflige daños devastadores, indiscriminados y gratuitos a Ucrania y a los ucranianos.

Se calcula que Rusia ha sufrido más de 100.000 bajas solo en los últimos seis meses, mientras Putin envía oleada tras oleada de rusos a una carnicería creada por él mismo.

Mientras tanto, las sanciones y los controles a la exportación impuestos por Estados Unidos, la UE y otros socios de todo el mundo han degradado gravemente la maquinaria bélica y las exportaciones de defensa de Rusia, haciéndolas retroceder para años por venir. Los socios y clientes de Rusia en el ámbito de la defensa mundial ya no pueden contar con los pedidos prometidos, por no hablar de las piezas de repuesto. Y como son testigos de los malos resultados de Rusia en el campo de batalla, cada vez hacen más negocios en otros lugares.

En cuarto lugar, el presidente Putin quería convertir a Rusia en una potencia económica mundial. Su invasión cimentó su largo fracaso a la hora de diversificar la economía rusa, reforzar su capital humano e integrar plenamente al país en la economía mundial. Hoy, la economía rusa es una sombra de lo que fue y una fracción de lo que podría haber llegado a ser si Putin hubiera invertido en tecnología e innovación en lugar de en armas y guerra.

Las reservas de divisas de Rusia se han reducido a más de la mitad, al igual que las ganancias de sus empresas estatales. Más de 1.700 empresas extranjeras han reducido, suspendido o puesto fin a sus operaciones en Rusia desde el inicio de la invasión. Eso implica decenas de miles de puestos de trabajo perdidos, una fuga masiva de expertos extranjeros y miles de millones de dólares en ingresos perdidos para el Kremlin.

Un millón de personas han huido de Rusia, incluidos muchos de los mejores especialistas informáticos, empresarios, ingenieros, médicos, profesores, periodistas y científicos del país. También se han marchado innumerables artistas, escritores, cineastas y músicos, que no vislumbran su futuro en un país donde no pueden expresarse libremente.

En quinto lugar, el presidente Putin invirtió considerables esfuerzos en demostrar que Rusia podía ser un socio valioso para China. En vísperas de la invasión, Beijing y Moscú declararon una asociación “sin límites”. Dieciocho meses después de la invasión rusa, la asociación bidireccional parece cada vez más unidireccional. La agresión de Putin y la militarización de las dependencias estratégicas de Rusia han servido de llamada de atención a los gobiernos de todo el mundo para que se esfuercen por reducir los riesgos. Y juntos, Estados Unidos y sus socios están tomando medidas para reducir esas vulnerabilidades, desde la creación de cadenas de suministro críticas más resilientes hasta el fortalecimiento de nuestras herramientas comunes para contrarrestar la coerción económica.

Así pues, la agresión de Rusia no nos ha distraído de cubrir los retos en el Indopacífico, sino que ha agudizado nuestra atención sobre ellos. Y nuestro apoyo a Ucrania no ha debilitado nuestras capacidades para hacer frente a posibles amenazas de China, sino que las ha fortalecido. Y creemos que Beijing se está dando cuenta de que, lejos de dejarse intimidar por una violación por la fuerza de la Carta de la ONU, el mundo se ha unido para defenderla.

En sexto lugar, antes de la guerra, el presidente Putin utilizaba regularmente la influencia de Rusia en las organizaciones internacionales para debilitar la Carta de la ONU. Hoy, Rusia está más aislada que nunca en la escena mundial. Al menos 140 países, dos tercios de los Estados miembros de la ONU; han votado repetidamente en la Asamblea General de la ONU para afirmar la soberanía y la integridad territorial de Ucrania, rechazar los intentos de Putin de anexionarse ilegalmente territorio ucraniano, condenar la agresión y las atrocidades de Rusia y pedir una paz acorde con los principios de la Carta de la ONU. Gobiernos de occidente y oriente, del norte y del sur, han votado a favor de suspender a Rusia de numerosas instituciones, desde el Consejo de Derechos Humanos de la ONU hasta la Organización de Aviación Civil Internacional. Los candidatos rusos han perdido una elección tras otra para puestos clave en instituciones internacionales, desde los consejos de administración de UNICEF hasta el liderazgo de la agencia de la ONU responsable de las tecnologías de la información y telecomunicaciones, la UIT.

Cada reprobación y derrota de Moscú no es solo un voto contra la agresión rusa, sino un voto a favor de los principios básicos de la Carta de las Naciones Unidas. Y países de todo el mundo están apoyando los esfuerzos para que Rusia rinda cuentas por sus crímenes de guerra y contra la humanidad, desde la creación de una comisión especial de la ONU para documentar los crímenes y violaciones de los derechos humanos cometidos en la guerra de Rusia, hasta la asistencia a las investigaciones de los fiscales en Ucrania y la Corte Penal Internacional.

En séptimo lugar, el presidente Putin intentó durante años dividir a occidente del resto y afirmar que Rusia defendía los intereses del mundo en desarrollo. Hoy, gracias a la declaración abierta de sus ambiciones imperiales y a haber convertido en armas los alimentos y el combustible, el presidente Putin ha disminuido la influencia de Rusia en todos los continentes. El esfuerzo de Putin por reconstituir un imperio centenario recordó a todas las naciones que habían soportado el dominio colonial y la represión su propio dolor. A continuación, agravó las dificultades económicas que muchas naciones ya estaban experimentando debido a COVID y al cambio climático, impidiendo que el grano de Ucrania llegara a los mercados mundiales y aumentando el coste de los alimentos y el combustible en todas partes.

Por el contrario, en un desafío global tras otro, Estados Unidos y nuestros socios han demostrado que nuestra atención a Ucrania no nos distraerá de trabajar para mejorar la vida de las personas en todo el mundo y hacer frente a los costes derivados de la agresión de Rusia.

Nuestra ayuda alimentaria de emergencia sin precedentes ha evitado que millones de personas mueran de hambre. Tan solo el año pasado, Estados Unidos donó 13.500 millones de dólares en asistencia alimentaria; y Estados Unidos está financiando en la actualidad más de la mitad del presupuesto del Programa Mundial de Alimentos de la ONU. Rusia financia menos del uno por ciento.

Apoyamos un acuerdo negociado por el secretario general de la ONU, Guterres, y Turquía para romper el estrangulamiento ruso al grano ucraniano, permitiendo que 29 millones de toneladas de alimentos y más salieran de Ucrania y llegaran a personas de todo el mundo. Esto implica 8 millones de toneladas de trigo, lo que es equivalente a aproximadamente 16.000 millones de barras de pan.

Junto con nuestros aliados y socios, estamos movilizando cientos de miles de millones de dólares en financiación para infraestructuras de alta calidad en los países donde más se necesitan, y construyéndolas de forma transparente, respetuosa con el medioambiente y que empoderen a trabajadores y comunidades locales.

Estamos fortaleciendo la seguridad sanitaria mundial, desde la formación de medio millón de profesionales de la salud en nuestro propio hemisferio de las Américas, hasta ayudando a la empresa farmacéutica Moderna a ultimar planes con Kenia para construir su primera planta de fabricación de vacunas de ARNm en África.

Una y otra vez, estamos demostrando quién aumenta los problemas mundiales y quién los resuelve.

Por último, el objetivo central del presidente Putin, de hecho, su obsesión, ha sido borrar la idea misma de Ucrania: su identidad, su pueblo, su cultura, su actividad y su territorio. Pero también en este caso las acciones de Putin han precipitado el efecto contrario. Nadie ha hecho más para fortalecer la identidad nacional de Ucrania que el hombre que pretendía borrarla. Nadie ha hecho más para reforzar la unidad y la solidaridad de los ucranianos. Nadie ha hecho más para intensificar la determinación de los ucranianos de escribir su propio futuro en sus propios términos.

Ucrania nunca será Rusia. Ucrania sigue en pie. Soberana. Independiente. Firmemente en control de su propio destino. En esto, el principal objetivo de Putin, ha fracasado de la forma más espectacular.

El presidente Putin afirma constantemente que Estados Unidos, Europa y cualquier país que apoye a Ucrania están empeñados en derrotar o destruir a Rusia, en derrocar a su gobierno y frenar a su pueblo. Eso es falso. No buscamos el derrocamiento del gobierno ruso, y nunca lo hemos hecho. El futuro de Rusia deben decidirlo los rusos.

No tenemos nada en contra del pueblo ruso, que no tuvo nada que decir en el inicio de esta trágica guerra. Lamentamos que Putin esté enviando a decenas de miles de rusos a la muerte en una guerra a la que podría poner fin ahora, si quisiera; así como causando un efecto ruinoso en la economía y las perspectivas de Rusia. De hecho, cabe preguntarse: ¿cómo ha mejorado la guerra de Putin la vida, los medios de subsistencia o las perspectivas de los ciudadanos rusos de a pie?

Todo lo que nosotros y nuestros aliados y socios hagamos en respuesta a la invasión de Putin tiene el mismo propósito: ayudar a Ucrania a defender su soberanía, integridad territorial e independencia, y defender las normas y principios internacionales que se ven amenazados por la guerra en curso de Putin.

Permítanme decir directamente al pueblo ruso: Estados Unidos no es su enemigo. Al final pacífico de la Guerra Fría, compartíamos su esperanza de que Rusia emergiera hacia un futuro más brillante, libre y abierto, y plenamente integrada en el mundo. Durante más de 30 años, trabajamos para mantener relaciones estables y de cooperación con Moscú, porque creíamos que una Rusia pacífica, segura y próspera redundaba en interés de Estados Unidos y por supuesto, en interés del mundo. Eso seguimos creyéndolo hoy.

No podemos elegir su futuro por ustedes, y no lo intentaremos. Pero tampoco dejaremos que el presidente Putin imponga su voluntad a otras naciones. Moscú debe tratar la independencia, soberanía e integridad territorial de sus vecinos con el mismo respeto que exige para Rusia.

Ahora bien, como he dejado claro, la invasión de Ucrania por el presidente Putin ha sido un fracaso estratégico prácticamente de todas las maneras en todos los aspectos. Sin embargo, aunque Putin no ha logrado sus objetivos, no ha renunciado a ellos. Está convencido de que puede durar más que Ucrania y sus partidarios, enviando cada vez más rusos a la muerte e infligiendo cada vez más sufrimiento a los civiles ucranianos. Cree que aunque pierda el juego a corto plazo, puede ganar el juego a largo plazo. Putin también se equivoca en esto.

Estados Unidos, junto con nuestros aliados y socios, está firmemente comprometido a apoyar la defensa de Ucrania hoy, mañana y durante todo el tiempo que sea necesario. En Estados Unidos, este apoyo es bipartidista. Y precisamente porque no nos hacemos ilusiones sobre las aspiraciones de Putin, creemos que el requisito previo para una diplomacia significativa y una paz real es una Ucrania más fuerte, capaz de disuadir y defenderse de cualquier agresión futura.

Hemos reunido un equipo formidable en torno a este esfuerzo. Bajo el liderazgo del secretario de Defensa Austin, más de 50 países están cooperando a través del Grupo de Contacto para la Defensa de Ucrania. Y estamos liderando con el poder de nuestro ejemplo, proporcionando decenas de miles de millones de dólares en ayuda a la seguridad de Ucrania, con el apoyo firme e inquebrantable de ambos lados del pasillo en nuestro Congreso.

Hoy, Estados Unidos y nuestros aliados y socios estamos ayudando a Ucrania a satisfacer sus necesidades en el campo de batalla actual al tiempo que desarrollan una fuerza que pueda disuadir y detener cualquier agresión en años futuros. Esto significa ayudar a construir un ejército ucraniano del futuro, con una fuerza aérea fuerte, con modernos aviones de combate. Una red integrada de defensa aérea y antimisiles. Tanques y vehículos blindados avanzados. Capacidad nacional para producir municiones. Así como el adiestramiento y apoyo necesarios para mantener las fuerzas y equipos listos para el combate.

Eso significa también que el ingreso de Ucrania en la OTAN será una cuestión que tendrán que decidir los aliados y Ucrania, no Rusia. El camino hacia la paz se forjará no solo a través de la fortaleza militar a largo plazo de Ucrania, sino también de la fortaleza de su economía y su democracia. Este es el núcleo de nuestra visión del camino a seguir: Ucrania no solo debe sobrevivir, sino prosperar. Para ser lo suficientemente fuerte como para disuadir y defenderse de agresores más allá de sus fronteras, Ucrania necesita una democracia vibrante y próspera dentro de sus fronteras.

Ese es el camino por el que votó el pueblo ucraniano cuando consiguió su independencia en 1991. Es la opción que defendieron en el Maidan en 2004, y de nuevo en 2013. Una sociedad libre y abierta, en la que se respeten los derechos humanos y el Estado de derecho, plenamente integrada en Europa, en la que todos los ucranianos tengan dignidad y oportunidades de desarrollar todo su potencial. Y donde el gobierno responda a las necesidades de su pueblo, no a los intereses creados y las élites.

Nos comprometemos a trabajar con aliados y socios para ayudar a los ucranianos a hacer realidad su visión. No solo ayudaremos a Ucrania a reconstruir su economía, sino a reimaginarla, con nuevas industrias, rutas comerciales y cadenas de suministro conectadas con Europa y los mercados de todo el mundo. Seguiremos reforzando los organismos anticorrupción independientes de Ucrania, una prensa libre y dinámica y las organizaciones de la sociedad civil. Ayudaremos a Ucrania a rehacer su red energética, más de la mitad de la cual ha sido destruida por Rusia, y a hacerlo de una manera más limpia, más resiliente y más integrada con sus vecinos, de modo que Ucrania pueda convertirse algún día en exportador de energía.

La mayor integración de Ucrania con Europa es vital para todos estos esfuerzos. Kiev dio un paso de gigante en esa dirección el pasado mes de junio, cuando la UE concedió formalmente a Ucrania el estatus de candidato. Y Kiev se esfuerza por avanzar hacia los objetivos de la UE, aún luchando por su supervivencia.

Invertir en la fortaleza de Ucrania no va en detrimento de la diplomacia, sino que allana el camino para ella. El presidente Zelenski ha dicho en repetidas ocasiones que la diplomacia es la única forma de poner fin a esta guerra, y estamos de acuerdo. En diciembre, presentó una visión para una paz justa y duradera. En lugar de comprometerse con esa propuesta u ofrecer una propia, el presidente Putin ha dicho que no hay nada que hablar hasta que Ucrania acepte, y cito, las “nuevas realidades territoriales”. En otras palabras: que acepte que Rusia se ha apoderado del 20 por ciento del territorio ucraniano. Putin se pasó el invierno tratando de congelar a los civiles ucranianos hasta la muerte, y la primavera tratando de bombardearlos hasta la muerte. Día tras día, Rusia lanza una lluvia de ataques con misiles y aviones no tripulados contra edificios de apartamentos, escuelas y hospitales ucranianos.

Ahora bien, desde la distancia, es fácil insensibilizarse ante estas y otras atrocidades rusas, como el ataque con drones la semana pasada contra una clínica médica en Dnipro, que mató a cuatro personas, entre ellas médicos. O los 17 ataques contra Kiev solo en el mes de mayo, muchos de ellos con misiles hipersónicos. O el ataque con misiles en abril contra la ciudad de Uman, a cientos de kilómetros del frente, que mató a 23 civiles. El ataque con cohetes alcanzó varios edificios de apartamentos en Uman antes del amanecer. En uno de esos edificios, un padre, Dmytro, corrió a la habitación donde dormían dos de sus hijos. Kirilo, de 17 años, y Sophia, de 11 años. Pero cuando abrió la puerta, no había habitación. Solo fuego y humo. Sus hijos habían desaparecido. Dos vidas inocentes más, extinguidas. Dos de los seis niños asesinados por Rusia, en un solo ataque. Dos de los cientos de niños ucranianos muertos por la guerra de agresión de Rusia. Miles más han sido heridos. Y miles más han sido secuestrados de sus familias por Rusia, y entregados a familias rusas. Millones han sido desplazados. Todos forman parte de una generación de niños ucranianos aterrorizados, traumatizados y marcados por la guerra de agresión de Putin. Todos ellos nos recuerdan por qué los ucranianos están tan ferozmente comprometidos con la defensa de su nación, y por qué merecen, se merecen, una paz justa y duradera.

Ahora bien, algunos han argumentado que si Estados Unidos realmente quisiera la paz, dejaríamos de apoyar a Ucrania. Y que si Ucrania realmente quisiera poner fin a la guerra, reduciría sus pérdidas y cedería la quinta parte de su territorio que Rusia ocupa ilegalmente. Analicemos esto por un momento. ¿Qué vecinos de Rusia se sentirían seguros de su propia soberanía e integridad territorial si la agresión de Putin se viera recompensada con una quinta parte del territorio de Ucrania?

Y para el caso, ¿cómo se sentiría seguro dentro de sus propias fronteras cualquier país que viva cerca de un abusador con un historial de amenazas y agresiones? ¿Qué lección aprenderían otros posibles agresores de todo el mundo si se permite a Putin violar impunemente un principio básico de la Carta de las Naciones Unidas? ¿Y cuántas veces en la historia los autócratas que se apoderan de todo o parte de un país vecino han quedado satisfechos y han cesado ahí? ¿Cuándo ha satisfecho eso a Vladimir Putin?

Estados Unidos ha estado trabajando con Ucrania, así como con aliados y socios de todo el mundo, para llegar a un consenso en torno a los elementos básicos de una paz justa y duradera. Estados Unidos acoge con satisfacción cualquier iniciativa que ayude a que el presidente Putin se siente a la mesa para participar en una diplomacia significativa. Apoyaremos los esfuerzos, ya sean de Brasil, China o cualquier otro país, si contribuyen a encontrar un camino hacia una paz justa y duradera, congruente con los principios de la Carta de las Naciones Unidas.

Esto es lo que significa.

Una paz justa y duradera debe respetar la Carta de las Naciones Unidas y proteger los principios de soberanía, integridad territorial e independencia.

Una paz justa y duradera requiere la plena participación y el asentimiento de Ucrania. Nada sobre Ucrania puede ocurrir sin Ucrania.

Una paz justa y duradera debe apoyar la reconstrucción y recuperación de Ucrania, y Rusia debe pagar su parte.

Una paz justa y duradera debe abordar tanto la rendición de cuentas como la reconciliación.

Una paz justa y duradera puede abrir una vía al alivio de las sanciones vinculado a acciones concretas, especialmente la retirada militar. Una paz justa y duradera debe poner fin a la guerra de agresión de Rusia.

Ahora bien, en las próximas semanas y meses, más países pedirán un alto el fuego. A primera vista, parece sensato… incluso atractivo. Después de todo, ¿quién no quiere que las partes en guerra depongan las armas? ¿Quién no quiere que cesen las matanzas?

Pero un alto el fuego que simplemente congela las líneas actuales en su lugar y permite a Putin consolidar el control sobre el territorio del que se ha apoderado, y descansar, rearmarse y volver a atacar, no es una paz justa y duradera. Es una “paz de Potemkin”. Legitimaría la apropiación de tierras por parte de Rusia. Recompensaría al agresor y castigaría a la víctima.

Cuando Rusia esté dispuesta a trabajar por una paz verdadera, si es que lo hace, Estados Unidos responderá, de acuerdo con Ucrania y otros aliados y socios. Y junto con Ucrania y sus aliados y socios, estaríamos preparados para mantener un diálogo más amplio sobre la seguridad europea que fomente la estabilidad y la transparencia y reduzca la probabilidad de futuros conflictos.

En las próximas semanas y meses, Estados Unidos seguirá trabajando con Ucrania, con nuestros aliados y socios, y con todas y cada una de las partes que se dediquen a apoyar una paz justa y duradera basada en estos principios.

El 4 de abril de 1949, 74 años antes del ingreso de Finlandia en la OTAN, los miembros originales de la Alianza se reunieron en Washington para firmar su tratado fundacional. El presidente Truman advirtió al grupo, y cito: “No podremos tener éxito si nuestros pueblos se ven acosados por el miedo constante a la agresión y agobiados por el coste de preparar a sus países individualmente contra los ataques. Esperamos crear un escudo contra la agresión y el miedo a la agresión, un baluarte que nos permita dedicarnos a la verdadera tarea de… lograr una vida más plena y feliz para todos nuestros ciudadanos”.

Lo mismo ocurre hoy. Ningún país, ni Ucrania, ni Estados Unidos, ni Finlandia, ni Suecia, ni ningún otro país, puede cumplir con su pueblo si vive con el miedo constante a la agresión.
Por eso todos tenemos interés en asegurar que la guerra de agresión del presidente Putin contra Ucrania siga siendo un fracaso estratégico.

En su discurso de Año Nuevo al pueblo finlandés, el presidente Niinistö identificó uno de los defectos fundamentales del plan del presidente Putin de conquistar rápidamente Ucrania, un defecto que también condenó al fracaso el plan de Stalin de conquistar rápidamente Finlandia. Como dijo el Presidente Niinistö, y cito: “Como líderes de un país bajo un régimen autoritario, Stalin y Putin no supieron reconocer… que las personas que viven en un país libre tienen su propia voluntad y convicciones. Y que una nación que trabaja unida constituye una fuerza inmensa”.

Los finlandeses tienen una palabra para esa feroz combinación de voluntad y determinación: “sisu”. Y reconocen el sisu en la lucha actual de los ucranianos. Y cuando un pueblo libre como el ucraniano tiene a sus espaldas el apoyo de naciones libres de todo el mundo, naciones que reconocen que sus destinos y libertades; sus derechos y seguridad están inextricablemente unidos, la fuerza que poseen no es simplemente inmensa. Es imparable.

Muchísimas gracias. (Aplausos).