Trump solo temía a la economía. Nunca le dio miedo el impeachment. Sabía que lo superaría gracias a la mayoría de bloqueo republicana en el Senado. Y supo utilizarlo para debilitar y dividir a los demócratas. La suerte le sonrió en el arranque de las primarias demócratas, desordenadas y desastrosas, de forma que no se atisbaba un candidato capaz de impedir su segundo mandato presidencial. Esperaba incluso que Bernie Sanders cortara el paso a cualquier candidato inesperado que intentara repetir la proeza de Obama, o debilitara a Joe Biden, el candidato del establishment demócrata.
Con empleo y crecimiento, el presidente repite. Si se vota con recesión y filas del paro, como le sucedió a Bush padre, fácilmente cae derrotado, a pesar de su espléndido balance: ganó la guerra fría, organizó lo más parecido a un orden mundial razonable y dejó la economía lista para crecer justo cuando Bill Clinton se instalaba en la Casa Blanca.
Enarbolando el espantajo del peligro socialista, los republicanos confiaban en el segundo mandato. No contaban con el coronavirus, uno de esos hechos imprevisibles que solo determina la fortuna, idea central en el arte de la política según Maquivelo. Saber enfrentarse a ellos, sacar partido de la incertidumbre y convertirlos en una oportunidad para asentarse en el poder es la principal virtud que debe adornar al príncipe maquiavélico. Hasta este pasado lunes Trump ni se había enterado. Solo echaba cuentas de la repercusión directa que pudiera tener la parálisis de China en la economía. Primero lo descalificó como un bulo demócrata para dañar su presidencia.
Luego culpabilizó a China y a Europa; era un virus chino, propagado por los europeos. Para Trump y los suyos, acostumbrados a negar el cambio climático o a desprestigiar la asistencia sanitaria pública, solo podía ser el fruto de una conspiración izquierdista de las elites.
La pasividad resultante del negacionismo trumpista rimaba con la estrategia de Boris Johnson para combatir el virus: mitigar la enfermedad, sin confinar la población ni dañar la economía, y esperar a que se produjera la inmunización colectiva cuando el contagio alcanzara una masa crítica suficiente de la población.
Aparentemente, salían los cálculos de costes, en gasto hospitalario, en el mantenimiento de la economía y en una cifra aceptable de fallecimientos. Hasta que llegó este lunes el estudio del Imperial College de Londres, en el que se revelaba el espantoso abismo de medio millón de muertes en Reino Unido y 2’2 millones en Estados Unidos.
Y encima, tras las primarias de este martes, Bernie Sanders no sirve. Los demócratas cuentan ya con Joe Biden, distanciado de Sanders y afianzado como un candidato normal y prudente, con experiencia y sensatez, capaz de echar a Trump y conducir el país en situación de emergencia.
Ahora, quizás ya fuera de tiempo, incluso la Casa Blanca vira a la izquierda, declara la guerra al virus, confía en el Estado para salvar la economía y quiere regar con ayudas directas a los más desasistidos.